Cada vez más se están detectando casos de fibromialgia, pero éste sigue siendo un término poco conocido para los que no la padecen. Por eso es importante que el entorno que rodea a la persona afectada de fibromialgia conozca los síntomas de esta enfermedad.

La fibromialgia es una enfermedad de causa desconocida caracterizada por el dolor crónico generalizado, localizado principalmente en zonas musculares, tendones, ligamentos y articulaciones. A esto se le añade una fatiga constante y la presencia de dolor y sensibilidad en todo el cuerpo. Es muy frecuente la sensación dolorosa a la presión en unos puntos específicos, pero hay que recalcar que no se trata de una enfermedad articular. Esto implica percibir como dolorosos estímulos que habitualmente no lo son.

Se estima que en la población española están afectados un 2,73% de la población, siendo más frecuente en las mujeres que en los hombres, y con una gran probabilidad de herencia para la siguiente generación de los pacientes afectados de fibromialgia. La mayoría de los casos afecta a personas maduras, pero también puede afectar a niños o jóvenes. Las mujeres que tengan un familiar con fibromialgia tienen mayor probabilidad de padecer la enfermedad.

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Las causas de la aparición de la fibromialgia son desconocidas, aunque cada vez se están realizando más estudios para intentar conocerlas y poder diseñar un tratamiento acorde a esas causas. La principal teoría afirma que la fibromialgia es de origen genético. Dado que se desconocen las causas, aún no existen medidas preventivas para prevenir su aparición o para su cura. Los tratamientos actuales se limitan a mitigar el dolor y los efectos de la fibromialgia.

Los síntomas que padecen los pacientes afectados de fibromialgia son los siguientes:

  • Dolor muscular que afecta a muchas partes distintas del cuerpo de forma persistente.
  • Fatiga y cansancio que no siempre desaparecen al descansar.
  • Rigidez, sobre todo por las mañanas, que da lugar a entumecimiento, calambres en las piernas, sensación de hinchazón, agarrotamiento, contracturas musculares, movimientos involuntarios, temblor y sensación de bloqueo.
  • Trastornos del sueño y dificultad para dormir, así como despertarse repetidamente durante la noche o que el sueño no sea reparador.
  • Falta de memoria o dificultad para concentrarse, lo que dificulta al paciente procesar la información o expresarse de forma adecuada.
  • Ansiedad y depresión, aunque aún no se sabe si esto se produce como consecuencia de la enfermedad o aparece en el transcurso de la misma.
  • Dolores de cabeza y periodos menstruales dolorosos.
  • Sensación de hormigueo o adormecimiento en las manos y los pies.
  • Trastornos gastrointestinales (como el intestino irritable), trastornos muscoesqueléticos (como el síndrome del túnel carpiano), trastornos metabólicos y trastornos autonómicos (como mareos, vértigo…).

Los tratamientos que se siguen para mitigar el dolor consisten en tomar analgésicos o antiinflamatorios, pudiendo incorporar antidepresivos. Todo estos fármacos sirven para mejorar el sueño, la fatiga y los dolores musculares. Además, los expertos recomiendan realizar ejercicio físico aeróbico de forma gradual y constante.

Como ya se ha dicho anteriormente, no hay ningún fármaco que cure esta enfermedad, por lo que el paciente debe tomar unas medidas para mitigar sus síntomas: tomarse los medicamentos como le hayan sido prescritos, hacer ejercicio, dormir lo suficiente y comer bien.