La aparición de una famosa en la prensa del corazón con más peso del habitual y reconociendo que padece problemas de tiroides ha vuelto a sacar a la palestra a las hormonas, cuya fama va por rachas –hace tiempo la acaparaba el cortisol, la hormona del estrés- y que siempre son culpables de algo. ¿Por qué?

Las hormonas son sustancias producidas por las glándulas endocrinas, que las liberan en el torrente sanguíneo para que viajen por todos los lugares del cuerpo, transfieran información e instrucciones a determinados órganos y produzcan una serie de cambios. De ahí que se las tilde de ‘mensajeros químicos’.

Las hormonas –que también son secretadas por órganos no endocrinos, como el corazón, el hígado o los riñones- influyen en casi todas las células, órganos y funciones del cuerpo, aunque algunos procesos se producen en segundos y otros precisan días, semanas o años. Así, regulan, entre otras funciones, el metabolismo, el crecimiento o la reproducción.

Dada su importancia, cualquier alteración en la producción de una hormona puede provocar serios problema de salud, que requieren la intervención de un especialista (endocrino).

En el caso que nos atañe, la tiroides, se trata de una de las principales glándulas endocrinas. Está formada por dos lóbulos que le confieren forma de mariposa y se encuentra ubicada en la base del cuello, delante de la tráquea.

Lo que se conoce como ‘bocio’ es una inflamación en la misma que, debido a su posición, es perceptible a simple vista. No obstante, hay muchas personas que padecen una alteración de la tiroides y no lo saben, porque no todos los trastornos presentan síntomas externos. De hecho, se estima que el 10% de la población, unos 700 millones de personas, padece alguna enfermedad tiroidea (datos de 2015).

Alteraciones comunes

La tiroides produce hormonas, como la tiroxina (T4) y triyodotironina (T3), que ayudan a regular la tasa metabólica, la frecuencia cardíaca, el nivel de colesterol, la fuerza muscular, la energía y la termogénesis, y desempeñan una función esencial en la reproducción y fertilidad de las mujeres.

Las dos alteraciones de funcionamiento más conocidas – hipotiroidismo e hipertiroidismo- se producen por defecto o exceso en la secreción de tiroxina. En el hipotiroidismo, la glándula tiroides funciona lentamente, con la correspondiente merma en la producción de hormonas, y puede manifestarse con fatiga, sueño y abatimiento, dolor muscular y problemas articulares, alteración de la menstruación, pérdida de memoria y concentración, sensación de frío, aumento de peso sin explicación y dificultades para perderlo.

En el segundo caso nos encontramos ante un aumento en la producción a causa de una estimulación muy intensa de la glándula, y sus principales síntomas son nerviosismo e irritabilidad, hiperactividad, taquicardia, temblores, sensación de calor y pérdida de peso, incluso con mayor apetito del habitual.

Para realizar su diagnóstico, los especialistas pueden recurrir a exámenes físicos, análisis, pruebas de imagen y una biopsia. El posterior tratamiento depende del problema y la gravedad de los síntomas. El hipotiroidismo se suele tratar con medicamentos para reponer la hormona que está faltando. El hipertiroidismo, por su parte, puede requerir medicamentos, yodo radiactivo para destruir la tiroides y detener la producción excesiva de hormonas, e incluso cirugía para extirpar dicha glándula.

Los pacientes con problemas de tiroides suelen pasar del hipotiroidismo al hipertiroidismo hasta su regulación. En cualquier caso, es fundamental consultar con el endocrino y seguir sus indicaciones y prescripciones.