Una vez más, el último domingo de octubre atrasamos nuestros relojes para pasar del horario de verano al de invierno. El cambio de hora es una costumbre que llevamos a cabo de manera obligada desde los años 80. Motivada por la crisis del petróleo y la necesidad de ahorrar energía, aprovechando mejor la luz solar.

Pero puede que hayamos realizado el último cambio en el reloj, ya que esta medida está inmersa en pleno debate. Por un lado, está la propuesta de la Comisión Europea de terminar con el cambio de hora estacional en 2019. Por otro, la de modificar el huso horario de nuestro país, que no está en el que le corresponde.

Se trata de una decisión delicada, porque más allá de las consecuencias políticas y económicas, afecta también a nuestra salud.

Continuar con el cambio de hora

Quedarnos en el mismo huso, con el cambio de hora de invierno y verano, ya no es una opción. Y sus consecuencias son de sobra conocidas.

Es cierto que nos permite alargar las horas de luz por las tardes. Pero esto produce un desfase en los horarios de trabajo, de alimentación y de irse a la cama.

Además del déficit de sueño –puesto que nos levantamos a la misma hora, aunque nos acostemos más tarde-, conlleva un proceso de adaptación dos veces al año.

Durante días, millones de europeos viviremos cierto jetlag por la descoordinación entre los ciclos naturales y nuestras rutinas diarias. Notaremos somnolencia,… que en principio no parece grave, pero que está detrás de numerosos accidentes. Y también irritabilidad y falta de concentración.

Además, los días más cortos y oscuros empeoran el estado de las personas con predisposición a la depresión o ansiedad.

Otras opciones

Sabiendo esto, ¿cuál es la opción más adecuada? La primera, modificar el huso horario y mantener el cambio de hora. Así, desaparecería esa frase tan manida de “una hora menos en Canarias”, porque tendríamos su mismo horario. Pero seguiríamos haciendo el cambio estacional.

Nuestra salud lo agradecería, porque tendríamos un despertar más natural acorde con la hora solar. Y se adelantarían los horarios, recuperando horas de descanso. Pero esto exigiría un cambio de costumbres. Además, al realizar un cambio de hora dos veces al año seguiríamos padeciendo las consecuencias de dicha adaptación.

La siguiente opción es permanecer en el huso horario de Berlín –el que tenemos en la actualidad- y adoptar nuestro horario de verano.

La ventaja es que evitamos las consecuencias de la adaptación de horarios. Y aumentarían las horas de luz por la tarde. Pero en algunas zonas del país amanecería a las 09.30h. en invierno, mientras que en verano anochecería a las 22.00h.

Y ya sabemos que este desajuste disminuye el tiempo de sueño y la calidad del mismo. Incidiendo en la presión arterial, la diabetes, la hipertensión, y acentuando la ansiedad y la depresión.

Horario de invierno

La opción más saludable es quedarnos en el horario de invierno. Así, por un lado, evitaríamos el cambio de hora estacional. Y, por otro, entre finales de marzo y octubre el sol saldría una hora antes, propiciando un despertar más natural.

Los horarios de la cena y de irse a la cama se adelantarían, mejorando nuestro rendimiento y reduciendo la aparición de enfermedades. No obstante, requiere –y es fundamental- que modifiquemos nuestros hábitos de vida.

Mientras se resuelve el debate, seguimos adaptándonos al recién estrenado horario de invierno.

Para afrontarlo de la mejor manera posible, debemos fijar unos horarios regulares y una rutina de sueño. Evitar las siestas hasta que nos adaptemos al cambio, las cenas pesadas y el consumo de bebidas excitantes. Y el uso de pantallas de ordenadores, tabletas y móviles antes de irnos a la cama.