Leer las etiquetas de los alimentos conlleva beneficios para nuestra salud. Nos ayuda a seleccionar mejor lo que compramos y acabamos introduciendo en nuestro organismo.

El etiquetado también es fundamental para las personas con celiaquía o con alguna alergia o intolerancia. Y para las personas con diabetes o hipertensión, que deben controlar el consumo de carbohidratos o de sal, respectivamente. Éstas necesitan consultar la información nutricional para un correcto control de su enfermedad.

Mirar con atención las etiquetas también nos proporciona una información menos engañosa que la de la parte frontal del paquete.

A veces nos venden un producto ‘bajo en grasas’ que tiene una cantidad elevada de azúcar. O un preparado para hamburguesa ‘de ternera’ que en la etiqueta no lleva ‘carne magra extra’

Además, nos permite comparar la composición de dos productos aparentemente similares y hacer elecciones saludables y con conocimiento de causa.

Pero leer las etiquetas de los alimentos no solo afecta a nuestra salud, sino a la de nuestro bolsillo. Existen productos más caros por determinadas propiedades saludables que después no están justificadas.

Orden decreciente

Leer las etiquetas de los alimentos parece complicado a primera vista. Están llenas de cifras y datos. Pero todas llevan el mismo tipo de información. ¿En qué debemos fijarnos?

Primero, en el listado de ingredientes que contiene el envase, que se presentan siempre por orden decreciente de peso, incluidos los aditivos alimentarios (Nº E). Esta lista es obligatoria, salvo en aquellos alimentos constituidos por un solo ingrediente (p.e. leche de vaca).

Después debemos prestar atención la información nutricional, que aparece resumida en una tabla. Desde diciembre de 2016 es obligatorio que figuren en todos los envases de alimentos el número de calorías y la cantidad de carbohidratos, azúcares, proteínas, sal y grasas saturadas por 100 gramos o 100 mililitros.

La etiqueta debe mencionar los gramos de hidratos de carbono por 100 grs de producto. Además, debe indicar “de los cuales, azúcares…”. Ojo, porque a veces se incluyen los distintos tipos de azúcar por separado, para reducir la cantidad de cada uno de ellos (y que aparezcan más abajo en la lista).

Grasas

El etiquetado también debe mostrar el contenido total de grasas y la cantidad que son saturadas. Las más perjudiciales para la salud son las grasas ‘trans’, que incluyen los productos de bollería, por ejemplo. Suelen figurar como grasas ‘parcialmente hidrogenadas’.

Antes no era obligatorio especificar el origen de las grasas. Algunos envases denominaban ‘aceites vegetales’ a los de coco o palma, dando a entender que eran saludables cuando son ricos en grasas saturadas.

También es importante revisar el sodio/sal, sobre todo si se tiene hipertensión, para las embarazadas, etc. Las vitaminas y minerales se mencionan si aportan el 15% o más de la CDR en 100 gramos de producto.

Como referencia, en las etiquetas de los alimentos se indica la cantidad de KJ /Kcal que aportan ingerir 100 gramos o miligramos. Sin embargo, en muchos envases aparece el ‘tamaño de la porción’ y las calorías que ésta tiene.

Este tamaño es una recomendación del fabricante que en ocasiones es incongruente con lo que ingerimos en la realidad. Sobre todo en el caso de snacks y aperitivos y chucherías. Además, dificulta comparar un producto con otro similar de la competencia.

Procedencia

Otra información que encontramos al leer las etiquetas de los alimentos es el país o lugar de procedencia. Resulta muy útil, puesto que cada vez hay más consumidores que valoran positivamente la adquisición de productos locales, de temporada y de calidad.

En este sentido, debemos prestar atención, porque el lugar de producción a veces no coincide con el de envasado. Hay legumbre que proceden de EEUU o Canadá, y están empaquetadas en Castilla y León, por ejemplo.

Otro aspecto importante son los mensajes tipo eslogan, como “bajo en calorías”, “sin azúcares añadidos” o el mencionado “aceites vegetales”. Sobre todo si se utilizan para hacer pasar por saludable un producto que no lo es.

Un producto se puede etiquetar como ‘light’ si contiene un 30% menos de calorías que su equivalente no light. No obstante, al eliminar la grasa los alimentos pierden sabor y consistencia. Y estas carencias se suplen con otros ingredientes más artificiales.

Un alimento ‘sin azúcar añadido’ no significa que no tenga azúcar o que sea dietético. Si tiene fructosa, puede tener las mismas calorías que el producto normal.

Más información útil

Por otro lado, leer las etiquetas de los alimentos también nos da información sobre el peso del producto, el modo de conservación, y la fecha de caducidad o consumo preferente. Y el grado alcohólico en bebidas con más del 1,2%.

También consta la identificación del fabricante, que se está convirtiendo en una ventaja diferencial para marcas ‘blancas’ como Mercadona.

Mención aparte merecen los alérgenos, como el gluten, cacahuetes, leche o frutos de cáscara. Esta información debe presentarse destacada del resto de ingredientes y con un tamaño mínimo de letra.